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Un iceberg cultural en las azoteas de Sevilla.

Echando imaginación ante las circunstancias, retomando hábitos de hace varias décadas cuando se iban rompiendo las mordazas de una dictadura moribunda, se está desarrollando el ciclo cultural Entre tejas. Si hace cincuenta años, quienes anhelaban libertad y luchaban con actos comprometidos por la participación de la sociedad civil se veían obligados a proyectar cine en ciertos cine forum, a desarrollar tertulias en la trastienda de ciertas librerías o a preparar obras de teatro en el almacén de alguna empresa; hoy cinco décadas después otros artistas, sus modestas y valiosas compañías y el público comprometido tienen la posibilidad de disfrutar de teatro auténtico en ciertas azoteas de Sevilla. Y también de conciertos de música, proyecciones cinematográficas, tertulias…

Es una dramaturgia aprox o de mínimos, tomando como referencia las propias palabras del actor presentador y de los textos. Y sin embargo, como el callejón del gato de Luces de Bohemia está cargado de la profundidad que nos muestran en sus obras Valle Inclán, Darío Fo y Franca Rame o El Brujo.

En las dos obras representadas, La zapatería de besugos y Constelaciones se pone en jaque mate a este mundo creado en cuarenta años de transiciones inconclusas y vacuas, hechas con fuegos de artificio adornados con demasiado papel de real decreto o ley en BOE, BOJA o BOPA. Úsese para cada región y provincia su equivalente, el resultado no varía. Y todo ello con sello de burocracia europea, para que la calidad tenga reconocida su renombre y certificación. Por cierto, podrá tener mínimos retoques de décimas de deudas vergonzantes, una u otra sigla política impregnada de corrupción, contratos basuras de luchas entre PYMES y multinacionales, de usos falsos de correcciones lingüísticas –as.

Nada que ver con la Europa que propusieron los Ortega, Marías, Zambrano, Simone Weil, y esas generaciones de hombres y mujeres que sí se jugaron sus vidas y proyectos porque ellos y las nuevas generaciones tuvieran unos derechos civiles reales.

En La zapatería de besugos, vivimos el viaje de la clienta a empleada. Desea unos zapatos, un empleo. El propietario del pequeño establecimiento anhela volver a tener clientes. Es el quiero y no puedo de ambos. De un pasado en el que todo era distinto, o no tanto. Galbraith, sin nombrarle, está también presente: la gente y la sociedad opulenta se presenta ante nuestros ojos y restantes sentidos. Es cuestión de estar ojo avizor e iremos descendiendo por la profundidad del iceberg: un reloj de pulsera, el contrato casi nunca firmado, la plaquita de empleada de los grandes almacenes…

Y así, símbolo a símbolo, gesto a gesto, palabra y contra réplica, se suceden los absurdos de un mundo nada sensato y muy inhumano que entre unos y otros personajes y compartimentos estancos han parido. Y el escenario, la azotea del Hotel Santa Lucía. Otra paradoja más: la mujer de la luz en un mundo con demasiados claroscuros, más tizón que añil y blanco.

Caía la noche en la azotea del Hotel Santa Lucía, viendo el hermoso escenario de la ciudad delante de los sentidos de artistas y espectadores. Hacía frío, no importaba. Un poco de buen vino, buena compañía y arte digno de serlo. Y las relaciones familiares también reciben su agudo análisis en la otra pieza:Constelaciones. Curioso y agudo título. Ya el maestro Julián Marías nos habló de ellas cuando mostró la vigencia de las generaciones y las pugnas entre unas y otras. Él siempre alerta a las cuestiones decisivas de la vida, ajeno a las modas falsas o a las propagandas maniqueas, siempre planteándonos caminos llenos de imaginación y sensibilidad para intentar torear las dificultades e incluso las maldades, reaparecía como clásico universal en Constelaciones. No se cita ni en el texto ni en la interpretación, pero lo que ya afirmaba aquel en los años cincuenta en su genial ensayo Los Estados Unidos en escorzo, cuando hablaba de la incomunicación que provocaba la caja tonta en las relaciones interpersonales y familiares, se nos presenta en Constelaciones. Y no solo el invento mediático, también ese mundo de bienestar con tan poco ser auténtico o saber vivir. Mucho zumo, mucho refresco, mucha comida, y poca comunicación entre padres e hijos o hermanos. ¿Qué sentido tiene vivir así?

Mientras os dejo esta pregunta, ya sabéis: hay luces en la oscuridad. En cualquier rincón o azotea con perspicacia las podemos encontrar.


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